
Apr 21, 2025
Anna Karla Uribe Escalante
Experta en Estudios Latinoamericanos, Globalización, Regionalización y Geopolítica.
La democracia no es una meta que se pueda alcanzar para dedicarse después a otros objetivos; es una condición que sólo se puede mantener si todo ciudadano la defiende.
Rigoberta Menchú
La democracia, ese concepto al que todos rinden culto pero que pocos comprenden a profundidad, parece haberse convertido en una fórmula vacía, repetida sin reflexión. En América Latina y el Caribe, y particularmente en México, donde desde el 01 de octubre de 2025 existe una mujer presidenta, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, resulta urgente realizar preguntas sobre el verdadero sentido y vigencia de la democracia: ¿Qué tipo de democracia estamos viviendo? ¿qué tan democrática es una democracia que margina, polariza o simula la participación? Este artículo propone una mirada crítica, aguda y necesaria sobre las perspectivas democráticas bajo la nueva administración mexicana, enmarcando la discusión en el complejo y contradictorio escenario regional y global del siglo XXI.
¿Qué democracia vivimos? ¿Qué democracia queremos?
En el México contemporáneo y en buena parte del mundo occidental, parece que nos hemos conformado con una versión complaciente de la democracia. Se nos ha enseñado que vivir en democracia equivale a tener elecciones periódicas, campañas políticas y urnas disponibles cada ciertos años. Sin embargo, esta visión reduccionista deja fuera los pilares fundamentales que realmente definen una democracia.
Larry Jay Diamond ofrece una definición completa y exigente de democracia: “aquella que tiene fuerte protección de libertades básicas, como libertad de prensa, asociación, manifestación, creencia y religión; justo tratamiento de las razas y minorías culturales; Estado de derecho robusto con igualdad ante la ley; un sistema judicial independiente; instituciones para controlar la corrupción; una sociedad civil viva que permita la defensa de los intereses de la gente y controle el poder del gobierno” (Latinobarómetro, 2024, p.8). A la luz de esta definición, el desafío de Claudia Sheinbaum no es menor: deberá demostrar que su proyecto no se limita a la administración del poder, sino que está dispuesta a fortalecer estos pilares que hoy tambalean.
En ese sentido, México, como muchas democracias latinoamericanas, se enfrenta a un fenómeno creciente: la vacuidad democrática. Los ciudadanos poco o nada entienden qué significa vivir en una democracia; el término es un significante vacío que se contiene de formas diversas y, a veces, contradictorias. En muchas ocasiones, basta con que haya elecciones para que un régimen sea calificado como democrático, aunque sus prácticas cotidianas contradigan sus principios esenciales.
Este juego democrático-electoral permite a los gobiernos mantenerse dentro del circuito internacional de cooperación y legitimidad. Sin embargo, poco o nada se avanza en construir democracias participativas donde los sujetos puedan incidir de manera efectiva en el diseño de políticas públicas que favorezcan a las mayorías.
Dicha dinámica resulta funcional en escenarios altamente desiguales, como el latinoamericano, donde la gente se percibe perdedora en el juego del capitalismo y observa a otros como los ganadores sistémicos. Desde ese lugar se gesta un resentimiento profundo, alimentado por un estado permanente de incertidumbre frente a su presente y su futuro. Es decir, la gente envidia a otros y desconfía de ellos; en la región latinoamericana solo el 15% de las personas confía en los demás (Latinobarómetro, 2024, p.43). Esto refleja una sociedad profundamente fragmentada, incapaz de generar redes de solidaridad.
En ese vacío de confianza, se da la consolidación de tendencias que erosionan la cohesión social y privilegian la polarización: la construcción de un “pueblo bueno” frente a un “enemigo interno”, una lógica populista que lejos de proteger al pueblo, lo fragmenta y lo manipula. Así, regímenes autoritarios se disfrazan de democráticos, justifican la militarización de los espacios, crean estados de excepción y criminalizan a las minorías para instaurar un falso orden que sirve para perpetuar el funcionamiento del desigual sistema de exclusión, expulsión y explotación.
En estos contextos, “quebrar las reglas para alcanzar una meta, por más legítima que esta sea, no es democrático” (Latinobarómetro, 2024, p.43). Resalta, por ejemplo, el caso del gobierno de Nayib Bukele en el Salvador, donde se justifica la anulación de los derechos humanos en favor de la supuesta seguridad ciudadana. Por ello, se establece que una verdadera democracia requiere enfrentar las violencias estructurales, desmontar el miedo como estrategia de gobernabilidad y construir una nueva ética de lo común.
Asimismo, otro de los grandes retos y al mismo tiempo lastres de la democracia actual, es la reticencia a los cambios; las sociedades latinoamericanas muestran una fuerte resistencia a alterar el statu quo. La ciudadanía se esmera más en mantener las tradiciones que en arriesgarse por transformaciones profundas. Según el Informe de Latinobarómetro (2024), “un 35% elige la frase, las sociedades pueden mejorarse con pequeños cambios, un 29% dice que se necesitan reformas profundas, y un 26% dice que debe cambiarse radicalmente” (p.28). Hablamos de cambio, sí, pero no estamos dispuestos a ceder privilegios individuales por mejoras colectivas.
Esto se vuelve especialmente relevante en el gobierno de Claudia Sheinbaum, quien ha heredado una narrativa progresista con una ciudadanía con grandes expectativas, aunque poco organizada para el cambio estructural. ¿Hasta qué punto su gobierno podrá (o querrá) impulsar transformaciones reales en un contexto donde gran parte de la población aún defiende con fuerza sus beneficios individuales?
Por su parte, en el escenario regional, un desafío mayúsculo es la tibieza con la que se enfrentan las rupturas a la democracia. La no intervención, principio clave de las políticas exteriores latinoamericanas debido a la historia de intervenciones extranjeras, se ha convertido en una excusa para no denunciar dictaduras ni autoritarismos. “América Latina ha sido blanda en declarar las rupturas democráticas. Eso no ayuda a la democracia, porque establece una barrera difusa entre democracia y autoritarismo” (Latinobarómetro, 2024, p.12).
México no ha sido la excepción; la ambigüedad diplomática frente a los gobiernos autoritarios en la región plantea dudas sobre su compromiso con una política exterior centrada en los derechos humanos como un valor central de la democracia. En este sentido, el gobierno de Claudia Sheinbaum tendrá que definir si quiere continuar la tradición de la ambivalencia o posicionar a México como un actor activo en la defensa de la democracia regional, la cual cada vez es más complicada de entender por parte de la ciudadanía regional.
De suerte que, en el actual escenario latinoamericano, el concepto de democracia es profundamente ambivalente, tanto en su ejercicio como en su comprensión social. Esta ambigüedad es peligrosa porque alimenta el desencanto cívico y deja espacios vacíos para que se inserten propuestas populistas o directamente autoritarias. En esta lógica, el gobierno de Claudia Sheinbaum, en México, no puede leerse de forma aislada, sino como parte de un ecosistema regional donde la democracia es aún una promesa incumplida.
Las cifras que arroja el Informe Democracia Resiliente (2024) de Latinobarómetro permiten poner el dedo en la llaga. El 42% de los ciudadanos latinoamericanos consideran que el principal problema de sus países es la economía, seguido por un 22% que apunta a la seguridad, un 16% a la corrupción y un 9% a la falta de políticas sociales. El diagnóstico es claro: aunque la política es señalada como fuente del problema, las soluciones que se demandan siguen atadas a lo económico, alimentando la falsa noción de que más recursos bastan para revertir la desigualdad. Como si el problema no fuera estructural. La raíz de la crisis democrática no es sólo la falta de recursos, sino el sostenimiento de un modelo capitalista que, por definición, necesita excluir para concentrar. En esta lógica, la desigualdad no es la excepción, es la regla. Mientras las soluciones sigan pasando únicamente por una mejor asignación monetaria y no por una transformación profunda del sistema de distribución, se perpetuará una democracia de baja intensidad.
En México, este es un desafío prioritario, dado que, la promesa de un Estado que combatiría la desigualdad fue el corazón retórico del gobierno anterior liderado por Andrés Manuel López Obrador y será también un desafío prioritario del gobierno de Claudia Sheinbaum. Conviene recordar que durante el primer piso de la “cuarta transformación” no sólo no se desmontó la concentración de riqueza, sino que se consolidó. El país sigue estando en manos de un puñado de millonarios, los llamados “13 amos de México”, cuya fortuna creció sustancialmente en los últimos años. “En países donde hay una alta concentración de poder económico, y un Estado débil, a la democracia le cuesta mucho imponer la ley, porque los que tienen el poder económico tienen demasiados instrumentos para bypasearla” (Latinobarómetro, 2024, p.9). La presidenta deberá enfrentar este reto con algo más que discursos: si no hay una política clara de redistribución y fortalecimiento del Estado de derecho, la esperanza de democratización será solo decorativa.
Este fenómeno desigual se reproduce en el resto de la región y la ciudadanía lo percibe; de hecho, sólo el 21% de los latinoamericanos considera justa la distribución de la riqueza; esa injusticia se reproduce en una baja confianza en el poder de las instituciones para mejorar sus condiciones de vida, de ahí que no asombra el enorme descrédito de las mismas: 75% creen que los parlamentos no los representan, 61% desconfían de los procesos electorales, y 72% afirman que sus países están gobernados por unos pocos grupos poderosos en su propio beneficio. En este contexto, el 53% de los ciudadanos aceptaría un gobierno no democrático si resolviera los problemas, y uno de cada cuatro es indiferente al tipo de régimen (Latinobarómetro, 2024).
Estas cifras describen un terreno fértil para el avance de los populismos autoritarios, que capturan el malestar social y lo canalizan hacia soluciones que socavan las bases democráticas, a menudo con el respaldo de las mismas víctimas de la desigualdad. Como advierten Levitsky y Ziblatt, “el miedo es con frecuencia lo que anima los giros hacia el autoritarismo. El temor a perder el poder político y, tal vez más importante, el miedo a perder el estatus dominante en la sociedad” (Levitsky y Ziblatt, 2024, p. 44).
Así, los gobiernos latinoamericanos se enfrentarán al reto de construir una democracia que no se limite al proceso electoral. Para ello, es necesario fortalecer una ciudadanía activa que no se conforme con votar cada cierto tiempo, sino que participe en el diseño y fiscalización de las políticas públicas. Esto será imposible sin enfrentar las estructuras que reproducen la desigualdad y el autoritarismo. Por lo tanto, los temas pendientes son: “el desmantelamiento de actitudes autoritarias y de las desigualdades y consecuente instalación de las garantías sociales” (Latinobarómetro, 2024, p.29).
Por su parte, México se encuentra, en este momento, en una encrucijada que refleja con claridad estos dilemas democráticos. Las cifras actuales permiten entrever una sensación de optimismo ante la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia, no solo por su triunfo con la mayoría del voto popular, sino porque es la primera mujer en asumir dicho cargo. Este acontecimiento ha contribuido a mejorar la percepción de la democracia respecto al año anterior: en 2024 el apoyo a la democracia fue del 49%, frente al 35% de 2023; y el respaldo al autoritarismo disminuyó del 33% en 2023 al 24% en 2024. A su vez, las expectativas económicas también han mejorado, con un 50% de la población que cree en un futuro positivo (Latinobarómetro, 2024).
Sin embargo, este momento político de aparente posibilidad democrática es paradójico. A pesar de que un 67% de los mexicanos confía en la presidenta, solo el 30% lo hace en los partidos políticos. La democracia mexicana parece entonces no descansar en instituciones sólidas ni en mecanismos de representación colectiva, sino en figuras individuales que concentran el poder. Esto configura una democracia problemáticamente populista, basada en liderazgos fuertes y en la constante construcción de enemigos internos. La baja participación política refuerza esta tendencia: solo un 41% manifiesta interés en la política, lo cual limita la posibilidad de construir comunidades comprometidas con el destino común.
Es importante afirmar que la victoria de Claudia Sheinbaum se explica, no sólo por el hecho de ser la candidata seleccionada por el líder carismático que inició la “cuarta transformación”, sino que su triunfo, evidencia otra crisis de la democracia mexicana, la debilidad de la oposición para servir como contrapeso al poder hegemónico:
La incapacidad de la oposición para presentar un proyecto atractivo para amplios sectores de la población (...). Existe una carencia importante de imaginación para conectar con la gente y contrarrestar la percepción de que los partidos de oposición están al servicio de las élites económicas y buscan revivir las políticas fracasadas de las últimas dos décadas en materia económica y de seguridad. (Flores-Macías, 2024, p.5)
Derivado de una oposición débil, la llamada "cuarta transformación" ha logrado imponerse como una narrativa atractiva, heredera de una lógica populista global:
La narrativa del pueblo en contra de las élites; del pueblo en contra de los intereses creados; del pueblo en contra de la oligarquía; del pueblo en contra de la política tradicional; y del pueblo en contra de la democracia liberal que nunca hizo nada por ellos. (Kurtz-Phelan, 2024, p. 17)
A pesar de este discurso que apela a la soberanía popular, los niveles de organización ciudadana autónoma son alarmantemente bajos. Aunque el 31% de los mexicanos cree que los ciudadanos tienen poder (Latinobarómetro, 2024, p.56), la realidad es que el 74.2% de las organizaciones de la sociedad civil (OSC) registradas están inactivas, según datos de la Comisión de Fomento de las Actividades de las OSC actualizados al 31 de diciembre de 2023. Esta contradicción revela un debilitamiento severo de la participación ciudadana organizada, fenómeno que se explica, en parte, por la política del gobierno federal de reducir subsidios a las OSC, bajo el argumento de combatir la corrupción. El resultado ha sido la concentración de decisiones políticas en el poder ejecutivo y la invisibilización de las voces locales y críticas.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y ahora el de Claudia Sheinbaum como su heredera política, han promovido una idea de participación directa que prescinde de mediaciones institucionales, sustituyendo la participación autónoma por programas sociales administrados por el Estado. Si bien estos programas pueden tener impacto asistencial a corto plazo, no construyen ciudadanía crítica ni autonomía organizativa, y no son sostenibles en el largo plazo. La gente, aunque los valora, es consciente de sus limitaciones estructurales.
Además, uno de los retos más graves para el gobierno de Claudia Sheinbaum será la seguridad. No es solo una percepción: “la tasa de homicidios en México es cuatro veces mayor que el promedio mundial” (Flores-Macías, 2024, p.4). Como bien advierte el mismo autor, “la continuidad democrática misma depende de que las autoridades civiles demuestren que la seguridad pública y la democracia son compatibles” (Flores-Macías, 2024, p.6). Sin embargo, el legado de la cuarta transformación ha sido contradictorio:
El mandato de Morena no sólo mantuvo la militarización de la seguridad pública que caracterizó a los gobiernos que le antecedieron, sino que la exacerbó al incorporar a los militares en más ámbitos de la vida pública (...). La seguridad pública se obtiene mediante la rendición de cuentas y la transparencia, pero ninguna de estas cualidades caracteriza a las fuerzas armadas. (Flores-Macías, 2024, p.6,7)
Este panorama evidencia que la democracia mexicana sigue atrapada entre una retórica inclusiva y una práctica concentradora del poder. El reto de Claudia Sheinbaum será desmantelar estas contradicciones, apostar por un modelo que no solo reparta recursos, sino que garantice derechos y construya instituciones fuertes y representativas. Sin esto, cualquier entusiasmo democrático será solo un espejismo, y la insipidez de la democracia en el siglo XXI seguirá siendo una constante.
Conclusiones
Claudia Sheinbaum Pardo inició su mandato en un terreno minado por contradicciones: una alta expectativa ciudadana en su liderazgo personal, pero una profunda desconfianza en las instituciones políticas que la rodean. El respaldo popular que la llevó al poder no garantiza una democracia fuerte, sino que evidencia una peligrosa dependencia de liderazgos personalizados en detrimento de una ciudadanía activa y una oposición que fiscalice. Como advierte Flores-Macías (2024), “sin una oposición robusta que obligue a rendir cuentas y cuestione las decisiones del poder, los gobiernos tienden a seguir el camino de la autocomplacencia y la corrupción” (p.9).
Asimismo, la llegada de una mujer a la presidencia, aunque histórica, no asegura por sí sola un avance en materia de derechos humanos. El feminismo institucionalizado, vacío de compromiso real, puede convertirse en una coartada simbólica, más que en un motor transformador. En palabras de Kloppe-Santamaría y Zulver (2024), “el que Sheinbaum haya utilizado en el pasado estratégicamente un discurso feminista, mientras que en la práctica atacaba o antagonizaba los colectivos de mujeres, ha abierto serias dudas sobre lo que puede esperarse durante su gestión” (p.12-13).
El perfil tecnocrático de Sheinbaum “que a menudo se jacta de implementar políticas sobre las bases de cifras y datos” (Kurtz-Phelan, 2024, p.22), puede ofrecer eficiencia, pero difícilmente pasión política para construir comunidad democrática. Su reto no será replicar la narrativa de su antecesor, sino construir la suya: una que escuche, dialogue y transforme. “Tendrá que dialogar y comprometerse con los grupos de la sociedad, en la sociedad civil, la academia, el periodismo y los partidos políticos” (Kloppe-Santamaría y Zulver, 2024, p.15).
En suma, el futuro democrático de México depende no solo de los aciertos de su presidenta, sino de la capacidad colectiva de exigir, imaginar y construir una democracia con sentido.
Referencias de consulta
Flores-Macías, Gustavo A. (2024). La elección de Sheinbaum: cómo llegamos y hacia dónde vamos. En Foreign Affairs Latinoamérica. Los retos de Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México. Vol. 24. Número 4. Ciudad de México: ITAM.
Kloppe-Santamaría, Gema. Zulver, Julia (2024). México elige a su primera presidenta ¿Qué significa para la violencia de género y la crisis de inseguridad en el país?. En Foreign Affairs Latinoamérica. Los retos de Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México. Vol. 24. Número 4. Ciudad de México: ITAM.
Kurtz-Phelan, Daniel (2024). México en las garras del populismo. Entrevista con Denisse Dresser. En Foreign Affairs Latinoamérica. Los retos de Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México. Vol. 24. Número 4. Ciudad de México: ITAM.
Latinobarómetro (2024). Informe 2024. La democracia resiliente. www.latinobarometro.org
Levitsky, Steven. Ziblatt, Daniel (2024). La dictadura de la minoría. México: Ediciones Culturales Paidós.